Ordo Fratrum Minorum Capuccinorum ES

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Discurso de

Juan Pablo II

a los participantes en el Capítulo General
de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos

Viernes, 1 de julio de 1994

¡Queridos hermanos!

1. Estoy muy contento de encontrarme en este día con vosotros, que tomáis parte en vuestro Capítulo general, “signo por excelencia y el instrumento de la unión y de la solidaridad de toda la Fraternidad, reunida por medio de sus representantes”, como dicen vuestras Constituciones (Cons 124,1).

Saludo con afecto al recién elegido Ministro General, P. John Corriveau, al que deseo un buen trabajo en el nuevo compromiso de gobierno al que ha sido llamado. Tengo un especial pensamiento también para el P. Flavio Roberto Carraro, que ha sido durante doce años el guía de vuestra Orden, e invoco para él copiosas recompensas de gracia y de paz por la dedicación que ha prestado a su trabajo.

Cada asamblea capitular constituye para la Orden un beneficioso y necesario momento de reflexión no solo sobre el sentido profundo de la propia vocación específica, sino también sobre las situaciones de la humanidad que invitan a la Fraternidad franciscana a leer y acoger los “signos de los tiempos” (cfr. Mt 16,1-3; Lc 12,54-57) como voces de Dios para el Instituto.

No necesito recordaros que vuestra reunión tiene lugar en un momento muy significativo para la Iglesia en general y para los llamados a la vida consagrada de modo muy particular. La próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá como tema “La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo”, constituye, en efecto, un estímulo cualificado para todo el pueblo de Dios para reflexionar sobre el don inestimable que el Espíritu ha hecho y hace continuamente a la Iglesia de Cristo mediante el carisma de la vida consagrada.    

El sexenio capitular que ahora comienza se inserta, además, en un tiempo cargado de singular significado histórico para la Comunidad eclesial orientada a la celebración del segundo Milenio de la En carnación de Jesucristo.

2. En este contexto la misión del creyente y especialmente de cada religioso es la de ser testigo del Absoluto, también dentro de las trágicas consecuencias que la “ausencia de Dios”, vivida en amplios sectores de la sociedad actual, está provocando. Esto exige ante todo que el Capuchino viva en unión con el Señor, experimentando su presencia en la propia vida.

Oración y contemplación: he aquí el compromiso primero al que debéis atender, siguiendo el ejemplo luminoso de san Francisco y de tantos otros maestros de vuestra larga tradición. De la íntima comunión con la divina Trinidad brota el amor fraterno, que vosotros estáis llamados a vivir ante todo entre vosotros: “En esto conocerán…” (Jn 13,35). Podréis entonces estar dispuestos a vivir para los otros, especialmente para los pobres, como es continuamente recomendado por las Constituciones y los documentos de vuestra Orden. La fraternidad tiene un valor que el mismo san Francisco, movido por el Espíritu Santo, inculcó en sus primeros compañeros para curar la sociedad dividida de su tiempo. Vosotros queréis hoy volver a proponer este estilo de vida en un momento en el que el virus de la división y del individualismo es especialmente agresivo. Sed, entonces, ejemplos de fraternidad y de concordia: ofreced en vuestras comunidades el testimonio de hermanos que viven juntos en la paz, en la oración, en la caridad verdadera, en el mutuo perdón, en la pobreza, en la acogida.

3. Para esto es necesaria una fidelidad creativa y concreta a vuestro carisma franciscano-capuchino, conocido cada vez mejor a la luz de las enseñanzas y los ejemplos de vuestro santo Fundador, Francisco de Asís. Empeñaos en continuar la obra y el testimonio evangélico, buscando espacios de presencia, de testimonio y de servicio apostólico, adecuados a las exigencias siempre nuevas del hombre de hoy.

He hablado de fidelidad creativa, refiriéndome a la necesidad de una atenta lectura de los signos de los tiempos, para descubrir las indicaciones que el Espíritu Santo sugiere a los cristianos de hoy. Una lectura realizada con la misma sensibilidad del Poverello de Asís, que fue invitado a responder a las instancias de la radicalidad evangélica con una nueva forma de vida consagrada. La apertura y la disponibilidad de Francisco lo liberaron tanto del riesgo del inmovilismo como de la tentación de la cómoda conformidad con las modas del momento.

Vuestra fidelidad debe ser, además, concreta: San Francisco exhortaba a sus hermanos a dar testimonio de Cristo “plus exemplo quam verbo”. Desde este punto de vista, será preciso, ya en el cuidado de las vocaciones y en la formación inicial y permanente de los hermanos, promover más la calidad de la vida consagrada que la cantidad de los consagrados. Después deberá preocuparos ser auténticos testigos de Dios y de la fraternidad evangélica: vosotros, queridos Capuchinos, sois una “Ordo Fratrum”, llamada a mantener y reforzar la tradicional cercanía al pueblo mediante un prudente proceso de inculturación.

4. Para ser cercanos a los seres humanos es preciso que os esforcéis mediante el estudio, la reflexión y la oración para entender a la luz del Evangelio los problemas y las exigencias que ellos viven hoy. Sin una sólida doctrina se corre el riesgo de trabajar en vano.

El compromiso de salir al encuentro de las exigencias profundas de nuestro mundo os llevará además a ser creativos. Tened, carísimos, un verdadero impulso profético al ayudar a los hombres de nuestro tiempo, que, en cuanto a valores morales, a menudo se mueven en la oscuridad. Animad a los jóvenes, promoved grupos bíblicos y comunidades de oración. ¡Llevad a Cristo al mundo! Llevadlo con coraje. Vuestra Orden desde siempre ha dado un luminoso ejemplo de evangelización, especialmente a través de la costumbre del contacto popular que os caracteriza.

¡Sed misioneros! La exigencia de llevar el Evangelio “ad gentes” se hace ahora más apremiante cuando crece el número de pueblos que no han encontrado todavía verdaderamente al Señor Jesús. Infundid el espíritu misionero en las jóvenes generaciones y en las circunscripciones jóvenes de vuestra Orden, manteniendo siempre la eclesialidad de vuestro carisma, en línea con el “mandato” del Crucifijo de san Damián a san Francisco: “Ve y repara mi casa”. ¡Francisco lo hizo en su tiempo, ahora os toca a vosotros! Las necesidades pastorales del ambiente nativo no constituyen razón suficiente para no dejar la propia tierra y dirigirse a donde Dios os mostrará.

Sed apóstoles de paz, don de Dios demasiado a menudo pisoteado por la injusticia y por los delitos, en un mundo que precisamente desea llamarse civil y avanzado.

La vida evangélica realmente vivida y anunciada os hará profetas, esto es, hombres de Dios y portadores de Dios, como verdaderos hijos del Seráfico Padre que, según un biógrafo, estaba poseído por un “luminoso espíritu de profecía” (Ubertino de Casale, Arbor vita crucifixae Iesu, V,3). En su enseñanza y en su ejemplo tenéis vosotros una rica herencia que guardar: ella os hace especialmente preparados para la nueva evangelización, de cara al ya próximo Jubileo del 2000.

5. Queridos hermanos, quisiera concluir recordando una bella amonestación de vuestras Constituciones en la que se refleja la sabiduría del Espíritu, que nutrió el espíritu de vuestros padres: “Por tanto, ejerzamos el apostolado en pobreza y humildad, sin apropiarnos el ministerio, de modo que quede patente a todos que solamente buscamos a Jesucristo. Mantengamos la unión fraterna tan perfecta como quiso Cristo, para que el mundo reconozca que el Hijo ha sido enviado por el Padre. Cultivemos en la convivencia fraterna la vida de oración y de estudio, para unirnos íntimamente con el Salvador y, movidos por la fuerza del Espíritu Santo, prestémonos con ánimo dispuesto y generoso a ser testigos en el mundo del alegre mensaje” (Const. 157, 3-4),

Con estos deseos, confío los frutos de vuestra asamblea capitular a la materna protección de María, la “Virgen fiel”, para que mantenga en vosotros un gran deseo de fidelidad a la vocación evangélica y franciscana. Ruego a la “Reina de los apóstoles”, que os conceda experimentar, como los primeros discípulos, la presencia de Jesucristo y una íntima comunión con Él. Invoco a la “Reina de los profetas”, para que os obtenga estar siempre íntimamente poseídos por el Espíritu de Dios, de tal forma que podáis ser instrumentos eficaces de salvación para los hermanos. Mientras confío en vuestras oraciones por las necesidades de la Iglesia y os agradezco el precioso servicio que prestáis al Reino de Dios, os imparto de corazón a los que estáis aquí presentes y a toda la Orden la bendición apostólica.

Traducido del italiano por el Hno. Jesús González Castañón, OFMCap

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