“La vida capuchina se adecua admirablemente
al fiel seguimiento del Evangelio de Cristo”
Pablo VI
Carta al Capítulo General
de los Hermanos Menores Capuchinos de 1974
20 de agosto de 1974
Al querido Hijo Pascual Rywalski
Ministro General de los Hermanos Menores Capuchinos.
Papa Pablo VI
Querido Hijo, salud y Apostólica Bendición. Sabemos que en unos días se abrirá el Capítulo General especial de vuestra Orden, cuya suerte llevamos muy en el corazón. El paterno amor que sentimos, nos empuja a dirigiros esta carta a Ti y a los miembros del Capítulo, con el intento de serviros de ayuda a vosotros y a todos los Hermanos Capuchinos en una circunstancia tan importante.
El Concilio Vaticano II no cambió absolutamente nada de lo que es fundamental en la vida religiosa, más bien lo ha destacado, subrayando el aspecto interior y espiritual. Se equivocarían, pues, los que, alejando del principal apoyo sobrenatural la renovación y adaptación a las condiciones y necesidades actuales, las rebajaran solo a lo natural y mundano, y así harían vano el propósito que el Concilio se propuso en esto. Antes de nada es necesario que vuestra vida capuchina, que se adecua admirablemente al fiel seguimiento del Evangelio de Cristo, sea auténtica. Precisamente esto espera de vosotros la Iglesia y el mismo mundo. Un tipo de vida que (¡no suceda esto!) se aleje de la primigenia inspiración de vuestra Orden y en la que “el patrimonio de las sanas tradiciones” fuese superado, sería infecundo y debería ser comparado a la sal de la que el Salvador dice: “Si también la sal se vuelve sosa, ¿con qué se le devolverá el sabor?” (Lc 14,34). Hay que tener cuidado para que la actualización parta de aquella renovación que el Concilio quiere sobre todo espiritual y que sea guiada y dirigida por esta.
Como la auténtica interpretación del carisma de la vida religiosa en general es tarea de la autoridad eclesiástica, así también la interpretación del carisma particular, que es propio de cada Orden, compete a la misma autoridad. S. Francisco mismo experimentó la verdad de este principio cuando quiso obtener de la Sede Apostólica la aprobación de su Regla. Por lo mismo la auténtica interpretación de la Regla franciscana está reservada a la misma Sede Apostólica, concediendo, con todo, a los Capítulos Generales la facultad de adaptarla a las nuevas necesidades actuales; tales adaptaciones, con todo, para que tengan fuerza de ley, deberán ser antes presentadas a la Santa Sede para su aprobación.
Además el espíritu contemplativo, que resplandece en la vida de S. Francisco y sus primeros discípulos, es un bien precioso que sus hijos deben ahora nuevamente promover e introducir en sus costumbres de vida. Por ello la verdadera renovación de vuestra muy benemérita Orden debe surgir de una fuente viva y vital, esto es, de la oración, que se manifiesta de muchas maneras. Esto es absolutamente necesario para que se recupere el aspecto contemplativo de vuestra vida y, al mismo tiempo, vuestro apostolado reciba una mayor fuerza y una más vasta eficacia. Nos agrada también recordar lo que en la Exhortación Apostólica “Evangelica Testificatio” decimos: “No olvidéis por lo demás el testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la vitalidad o de la decadencia de la vida religiosa” (ET 42).
La pobreza evangélica es la hermosa herencia espiritual que S. Francisco dejó a sus seguidores y el distintivo característico del Hermano Capuchino… La pobreza no es un hecho sociológico, por el cual los hermanos son obligados a trabajar manualmente incluso con salario, sino que es un compromiso evangélico que ellos escogen y que no solo comporta una cierta inestabilidad y una inseguridad económica -para manifestar la máxima confianza puesta en la Providencia de Dios-, sino también un verdadero y sincero desprendimiento de los bienes terrenos.
S. Francisco enseñó la obediencia que se debe prestar al Sumo Pontífice, a la Sede Apostólica y a la sagrada Jerarquía. Los principios de esta obediencia evangélica, expuestos en la citada Exhortación Apostólica, aparecen admirablemente en la dotrina enseñada por vuestro Padre legislador y en la experiencia de vida llevada adelante fielmente en el transcurso de los siglos. La autoridad es entendida como servicio prestado a los hermanos; sin embargo los superiores deben siempre asumir la tarea de gobernar y guiar, y no les es lícito jugar simplemente el papel de quien representa las opiniones y los pareceres de la mayor parte de los hermanos. Solo de este modo, siguiendo la obediencia evangélica, descrita en el Decreto “Perfectae Caritatis” y de nuevo inculcada en la Exhortación Apostólica “Evangélica Testificatio”, se podrá recorrer el camino más rápido que conduce a la promoción religiosa de la persona humana y redunda mucho en honor y alabanza vuestra.
Sin embargo, existe el peligro de que las formas de austeridad o los ejercicios penitenciales, que tienen gran importancia en la vida franciscana, caigan en desuso y sean abolidos, debido a la irrupción en todas partes del afán consumista, que en nuestro tiempo ha ido creciendo cada vez más. Teniendo presente esto, es necesario que se considere también la austeridad del hábito propio de los Hermanos Capuchinos, que pueden ser inducidos por impulsos contrarios a buscar otros modos de dar testimonio. Sin duda la tarea del hermano capuchino es que ofrezca el “ejemplo de una austeridad gozosa y equilibrada, aceptando las dificultades inherentes al trabajo y a las relaciones sociales y soportando pacientemente las pruebas de la vida con su angustiosa incertidumbre” (ET 30
Los Hermanos Capuchinos, como antes, también ahora, estén convencidos de que deben ser en todas las circunstancias hijos complacientes con la Iglesia, siempre dispuestos a acoger y hacer lo que los tiempos requieren, diligentes para salir al encuentro de las necesidades especialmente de los pobres, de los desventurados y de los pecadores. No pocas preguntas nacen sobre el modo que impulsa a la acción con ánimo pronto. Por ello es necesario evitar el peligro que consiste en entregarse demasiado a la acción y será necesario, al mismo tiempo, vivificar con nuevo ardor interior, del que brotan ejemplarmente las formas externas de apostolado. Por eso se debe dar mucha importancia al verdadero espíritu comunitario de las familias religiosas en el ejercicio el mismo apostolado; cosas estas que proporcionan ayuda y respaldo y hacen más eficaz el ministerio con el que se sirve a Cristo.
Hoy se discute también mucho sobre la pluriformidad de la vida religiosa. Es claro que una Orden como la vuestra, que está presente y trabaja en todos los continentes, no puede ser uniforme en todo. Pero se debe recordar también que la pluriformidad no debe ser entendida de modo que valga solo para una parte o que desaparezca la unidad de la Orden. Ciertamente es una pluriformidad fecundísima y sumamente aceptada -como por la historia de los capuchinos está óptima y claramente demostrado- la que es requerida por la fidelidad a la Regla franciscana y a las intenciones de vuestro Padre fundador. En efecto la razón verdadera de la pluriformidad -no de la que busca experiencias inciertas y dudosas- se funda en la comunión y en la sumisión jurídica a los superiores, por lo que se deja una cierta libertad a quien trabaja en la renovación, y no se extingue el espíritu.
El tipo de vida que floreció al comienzo, y en particular las primeras comunidades capuchinas, fueron insignes por el espíritu de verdadera fraternidad y de familia, con la que se tiene una perfecta unidad de corazones y una comunión de personas. Los jóvenes de hoy son particularmente sensibles a la caridad fraterna y no pueden tolerar lo que la atenúa, la conculca y la viola. Este sentido fraterno de la vida común no depende de la comunidad pequeña o grande o de la amplitud de la casa religiosa. Ni se debe convertir en un estéril estilo militar o en una tendencia sectaria e ineficaz de grupúsculos; sino que es necesario y urgente que las fraternidades capuchinas se constituyan y florezcan en la disciplina y en la caridad, unidas con el sacrificio de cada uno de los miembros.
En fin, dada la extrema importancia de la formación de los jóvenes -en efecto en este elemento fundamental está contenida en gran medida la prosperidad o decadencia de los Institutos religiosos- es necesario que sea examinada más profundamente y se muestre más ampliamente la particular tradición de los Capuchinos, por la que su Orden se distingue de las otras Familias franciscanas. Por ello el carisma franciscano y la característica de la vida capuchina, que brota de la sana tradición de la Orden, deberán ser más claramente definidos y explicados.
Estas son las ideas que brotan en Nuestra mente pensando en este Capítulo General que va a ser celebrado. Gustosamente aprovechamos esta ocasión para manifestar una vez más a todos vosotros Nuestra particular benevolencia y estima. Efectivamente, acogiendo la voz de Cristo, habéis elegido “el camino estrecho” y lo habéis hecho vuestra porción particular. Os proclamamos dichosos a vosotros que habéis elegido este camino que con mayor seguridad que otros “conduce a la vida”. ¡No os desaniméis! Cristo pobre y humilde, que os ha llamado a su seguimiento, os dará siempre la ayuda y la fuerza para que, alegres, crezcáis en el amor de Dios Padre y de los hombres hermanos.
A Dios, que es la fuente inagotable de todo bien y de quien procede el don de la vida religiosa, que debe llevar a Él, elevamos nuestra ferviente oración, para que sea propicio a vuestro trabajo y dirija vuestras deliberaciones hacia el verdadero beneficio de vuestra Orden y de la Iglesia.
Estos deseos los confirma la Apostólica Bendición que con afecto os impartimos a Ti, querido hijo, a los miembros del Capítulo y a toda la Familia de los Hermanos Menores Capuchinos.
Traducido del italiano por el Hno. Jesús González Castañón, OFMCap